Las certezas de la vida representan la inmovilidad de los sentidos. Los sentidos dejan de moverse cuando ya no se percibe su existencia. Cuando la rutina es fuerte y no aspira un futuro. Es un sentimiento bien conocido, tal vez mucha gente lo tiene a veces. Gente como Jeremias. Un enfermero que vive en una ciudad corrompida hasta las tuberías, donde nadie tiene el control pero muchos aspiran un pedazo.
Jerry, como lo llaman bajo confianza, tiene la vida detenida. Es una de las personas más aburridas y con poca alma que alguien pudiera imaginar. Trabaja por la noche, descansa en el día, compra comida a domicilio y sus opiniones giran en el rechazo. En ese orden.
Sin saberlo necesita algo que lo haga sentir el momento. Hablar del futuro ya es mucho.
Una noche ve por primera vez a Jaquelinie, la “Perra” Saldívar, una boxeadora del origen más huraño; ingresando al hospital donde trabaja, y comienza a sentir una curiosidad inusual que más adelante los llevará a ambos a descubrir que las vidas tienen más momentos malos que buenos y el sufrimiento no es una opción para nadie. Una relación en la que ambos van desvelando su historia, lo que fue mal en sus vidas, cómo son capaces de verlo ahora como algo inevitable, pero también descubren que hay más esperándolos fuera de ese cuarto de hospital y eso puede ser aún más terrible que todo lo que creían que fue terrible vivir.
Así que, sin otra explicación más que la casualidad, comienzan esa dura búsqueda que, considerando el lugar en el que están y las posibilidades observadas en la distancia, les hace esperar por momentos desagradables donde el carácter será un punto indispensable.
La hermana de Jaqueline ha desaparecido y ambos temen destinos terribles para su situación.
Esta no es una historia fácil de comenzar, y en ciertos detalles tampoco fácil de comprender. Pero se sigue sin dificultad. Sus esfuerzos por mezclar los tiempos y las confesiones del pasado con el presente son fructíferos para crearse un estilo narrativo que en cierto punto ayuda a mantener el interés. Jeremías y Jaqueline son personajes que cuentan mucho de sí pero que uno como lector no conoce realmente. Llegamos a dar vistazos a sus realidades y fantasías de forma más específica de lo que ellos mismos describen sus existencias presentes. Jerry es aburrido hasta lo desconocido y la Jaqueline solo puede hacer una cosa a la vez. Sus historias son inquietantes, nos dan cuenta de lo que los caracteriza. Llegan hasta cierto punto de interés en el que no importa tanto quién sino qué hacen. Es una de esas historias visuales que dejan espacio para los gustos propios del lector, en la que se pueden decidir detalles que la narración no especifica; haciendo que lo visual solamente surja de lo dicho, y que lo dicho no sea nada más que lo necesario.
En esta novela conocemos la miseria de un lugar al que casi hay que poner nombre, su árida realidad, sus interferencias que inclinan constantemente la balanza hacia distintos lados todo el tiempo. Le da un mismo color a todos sus momentos y también un mismo lenguaje. Luego uno se sorprende de cómo el contexto se reduce para resaltar las relaciones del problema tanto como las soluciones.
La única voz es la de su oprimido protagonista, dando todas las persona a los capítulos. Es interesante en su interior como líder del desarrollo, pero pocas veces enfoca el interés situacional hacia sí mismo más de lo normal. Aunque tal vez lo haga mucho pero resalte tanto como si no lo hiciera. Ninguno de sus personajes es la típica persona agradable que uno conoce en un libro de literatura universal. Su escenario es México, pero aunque posiblemente requirió algo de investigación más allá de los escenarios que plasma, constantemente cae en los clichés de sus temas. Pues definitivamente no es lo mismo ver una historia como esta en vez de leerla. Uno le agarra el gusto sin darse cuenta, se termina muy de repente.
Y precisamente ahí encontramos otro punto. Que la historia se desarrolle de forma precisa pero en realidad sus detalles no sean tan precisos. Me gustaron sus momentos, el riesgo que transmite sin ir muy lejos en la imaginación de un mexicano, pero sin duda uno termina sintiéndolo como una experiencia pasajera. De alguna forma se elabora así. Me dejó satisfecho con lo que leí, pero en la reflexión que continúa a la lectura los espacios vacíos no pasan desapercibidos.
Un libro que entretiene y refleja mucho de sus lugares. Nos introduce al desagradable misterio de la rutina controlada e ignorada por sus encargados. Tiene múltiples consecuencias, la mitad de ellas ya vividas y la otra por decidirse.
Las paredes desnudas es una situación en la que se pierde el control de la vida, que ansía la libertad desesperada de ganar su justicia. Una metáfora difícil de interpretar. Tiene la sustancia perfecta y sus líneas dan más de lo que uno piensa. Sus personajes son exactos, se dan tiempo para sentir mucho. Desafía con su estructura narrativa, que una vez comprendida se disfruta como única. Da su misterio, esfuerzo y logro a la causa exacta. No se puede hablar de este libro sin querer contarlo todo. Es tantas historias dichas por muchas bocas y contadas por una sola mente que llega hasta nosotros de forma incierta, asociando la verdad con lo resuelto, diferenciando lo correcto con lo que se añora.
La frase:
“Los retazos de la historia van armando un rompecabezas, Marina, cuyas piezas encajan dolorosa, perfectamente, y tu hermana Jaqueline ve surgir un cuadro con tu silueta en el centro y un grito que lamenta no haber oído a tiempo.”
Las paredes desnudas, Imanol Caneyada. 335 p. Suma de letras, 2014
¡Hasta la próxima!