“Ahora la palabra inmortal tiene que ver con colmillos y beber sangre. En ocasiones pienso que es una idea más tranquila, si fuese realidad. No como sentir que eres el primero y desconocer las respuestas.”
Original Motion - no Other
Alguna vez escuché que cuando eres grande sabes demasiado. Lo único que yo sé es que antes de tener memoria lo sabes todo. Estoy seguro de que en este preciso momento estás pensando que estoy loco, pero permíteme explicarte un poco.
No ocurre por algún tipo de elección especial, sino por nada. Es como cuando algún niño nace con una enfermedad que no lo hace “totalmente normal”. Sí, puede decirse que es una enfermedad, si lo prefieres.
Con la única e imposible diferencia de que en realidad nacemos más de una vez.
Tuvimos una vida antes, llena de recuerdos, sonrisas, lágrimas, amor y todo. Esa es la diferencia. Todo tiene que morir y lo hacemos, pero luego de un tiempo volvemos a nacer. Simple y complicado al mismo tiempo.
Recuerdo que alguna vez leí algo con una relación mínima. Tal vez lo escuché: una persona recordaba haber escuchado una voz, como un sueño, pero demasiado antiguo; en el que le preguntaban que quería ser en esta vida ¿hombre o mujer? Él respondía que Hombre y un momento después tenía cuatro años, volviendo a tener memoria. Como si no la hubiera tenido antes.
Y supongo que tiene razón. No puedo recordar nada como eso pero el simple hecho de saber que tuve toda una vida antes de volver a nacer me resulta imposible. Las personas pueden pensar que estás loco, pero hay algo que te hace saber que no, que te encuentras cuerdo y piensas que algo malo debió haber ocurrido para tener que vivir eso cuando recuerdas haber recibido un disparo en la cabeza hace dieciocho años, un año antes de mi segundo nacimiento.
Recuerdo la fecha exacta de mi muerte. 12 de agosto de 1992. Tenía una esposa, dos hijos y un gato. Me mataron por todo lo que llevaba en los bolsillos. Nací el 4 de septiembre de 1993, como lo dice mi certificado de nacimiento. Ahora tengo diecisiete por segunda vez, antes tenía cincuenta y siete.
La primera vez que Elena sospechó algo de esto fue porque se lo dije a los seis años.
Llegamos de un centro comercial, colocamos las bolsas llenas sobre la mesa.
―¿Puedo hacerte una pregunta, Elena? ―mentalmente no dejaba de parecerle extraño y doliente el que nunca la llamara Madre o Mamá.
Ella asintió en medio de una sonrisa maternal. Me mordí los suaves labios.
―¿Qué pasa ahora cuando mueres? ―Esperaba que su respuesta fuera un tanto diferente de la que se acostumbraba en mis tiempos.
Frunció el ceño en una mueca de interrogación extrañada.
―¿Por qué me pregunta eso? ―quiso saber sin responderme, aunque con el hecho de no haberme respondido lo hacía automáticamente.
Sacudí la cabeza.
―Antes de que muriera en 1992 se acostumbraba que las personas permanecían muertas.
Convertir mi respuesta en esa frase tan extraña la dejó inmóvil. Mirándome de frente como si en realidad pudiera responderme la cuestión.
Nos quedamos así por un par de minutos. Luego me dijo:
―¿Es lo que te enseñan en la escuela, Neith?
―No.
―Entonces ¿por qué me lo preguntas?
Sentí que la tensión deseaba apoderarse del ambiente en poco tiempo. Un adulto sabe eso.
―Yo… no sé, Elena. No me gusta decir mentiras ―solté una expresión demasiado adulta indicando que pensar en ello me llenaba de frustración―. Sólo quiero una respuesta de porqué volví a nacer, yo… estoy confundido. Perdóname por favor.
Sus ojos tranquilamente sorprendidos me hicieron temer, como teme un niño a un adulto malo. Puedo sentir como un niño pero saber lo que un adulto sabe.
―¿Volver a nacer, Neith? ¿De qué estás hablando? ―por un momento sus ojos me indicaron que pensaba que ese niño frente a ella no era su hijo.
―Lo siento, Elena. No debí haberlo dicho.
―No, dímelo, Neith. ¿Quién te ha enseñado eso?
La tensión llegó. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Era un niño con miedo. Miedo de ella, a quien tanto conocía.
―Elena, no por favor. Ahora sé que no lo sabes, no lo pienses más, soy un niño solamente. No tengo…
Ella lloró también, una rápida lágrima cayó de sus ojos inundados recorriendo su mejilla en un segundo, silenciosa, casi invisible.
Había muerto en 1992, así es como debí haberme quedado. Nadie tiene la respuesta.
―Tú sabes… ¿Por qué estás diciéndome esto?
Le temblaba la barbilla. A mí también.
Las palabras escaparon de mi boca, las palabras de un adulto conocido saliendo de la boca de un niño inocente que no debía ser yo.
―Soy Allen, Elena. Fui tu padre.
Un segundo después estaba cayéndome al suelo.